miércoles, 11 de enero de 2012

Buscar, encontrar, buscar, encontrar.

Es chistoso cómo cuando uno sí tiene que escribir, abre su blog, abre su cuadrito de nueva entrada y se le queda viendo, como si todas las respuestas de la vida fueran a aparecer ahí, de la nada, entre el cursor que parpadea y las opciones de edición.

La sensación, tan nueva y tan conocida al mismo tiempo, se quedó en sus sentido más de la cuenta. Todavía cuando arrancó el coche y manejó lejos, lo podía sentir. Cuéntame más del universo paralelo, le había pedido. Se arrepintió al momento de andar pidiendo tonterías. Se me hace que hoy tenías la cabeza en otro lado, le contestó. Como yo antes..., ahondó un poco más. A ella le extrañó la respuesta; ¿no era eso lo que precisamente a él le había gustado siempre? "Tener la cabeza en otro lado" como premisa...


Buscar lo que no se está seguro de querer encontrar es una paradoja bien rara. Bien rara y bien chistosa. Dejarse encontrar por lo que a uno le encantaría ser encontrado es la filosofía cursi que llega a mi cabecita una y otra vez desde la idea de ayer, de tomar fotos.



¿Será?


Yo, generalmente, si busco, es porque quiero encontrar. Sea un monstruo debajo de mi cama o el tesoro escondido al final del arcoiris. Uno busca, uno encuentra. Lo que debe quedar bien claro (y yo lo tengo más que aprendido) es que uno bien sabe qué busca, pero uno nunca sabe qué es lo que va a encontrar. Parte de la magia de buscar, supongo. Parte de la magia de arriesgar. Parte de la magia de no quererse quedar con las pinches ganas de hacer algo, haber hecho algo, haber dicho algo; algo así como "hey quiero tener 30 hijos contigo pero no te asustes, no vayas a creer que quiero tener 30 hijos contigo".

Quépinchemiedo. Quépincheorgullo de simplemente, atreverse.